Una noche, ya muy tarde, llegué a un pueblito perdido y, para mi sorpresa, los pobladores me estaban aguardando. Sin decir una palabra, me rodearon y me llevaron al centro de la plaza. Me ataron al tronco de un árbol y, en silencio, desaparecieron.
De mañana, temprano, regresaron. Y me dijo uno de ellos: "De lejos te vimos llegar pero nos dimos cuenta que venías sin tu alma. Tu alma te andaba buscando y por eso te amarramos, para que te encuentre. Ahora podemos soltarte”.
Me empiezan a quitar las sogas, todo mi cuerpo estaba adolorido. A penas terminaron de soltarme me dieron agua y empezaron a curar mis heridas. Luego de todo esto, uno me dijo: "En la noche te volveremos a atar, tu alma no ha regresado". Al escuchar eso, empecé a correr y a alejarme de ese pueblito tan extraño al que nunca quiero volver.
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